La Alteración De Los Ecosistemas Rurales Y La Aparición De La Fiebre Hemorrágica Argentina

La manipulación desaprensiva de los ecosistemas por parte del hombre puede afectar la salud humana en forma más o menos directa a través de procesos tales como la contaminación ambiental y la magnificación biológica. Ciertas veces, en su accionar, induce cambios no tan evidentes; más sutiles, pero que también involucran una ruptura del frágil equilibrio de su relación con el ambiente. La emergencia del "Mal de los Rastrojos" es un ejemplo de lo antedicho que muestra claramente, entre otras cosas la importancia de las interrelaciones presentes tanto del ambiente biótico del cuál el hombre forma parte, como entre éste y el ambiente inanimado.

La fiebre hemorrágica Argentina es una enfermedad que afecta a un amplio sector de la pampa húmeda. Es una endemo-epidemia porque si bien pueden registrarse casos en cualquier época del año, la frecuencia es mayor en abril y mayo y entre los meses de primavera y comienzos del verano.

Su agente es el virus Junín y constituye un grave problema sanitario en zonas agrícolas ya que afecta a trabajadores rurales y sólo excepcionalmente aparecen casos urbanos. Es muy poco contagiosa de hombre a hombre y se sabe que guarda relación con los roedores silvestres de la zona. Hasta el momento no existen recursos para evitarla, aunque si se ha logrado en cambio, mejorar grandemente el pronóstico de los pacientes afectados, a través del empleo de suero de convalescentes.

Veamos ahora las características de la región: es un pastizal de llanura, antiguamente cuando aún no se había introducido el ganado por los conquistadores predominaban los pajonales, apenas interrumpidos por pequeños montes y ombúes aislados, la población humana era muy escasa, mientras que por el contrario, numerosas especies animales habitaban la zona: guanacos, ñandúes, ciervos, pecaríes, nutrias, vizcacha, armadillos, ratones juntamente con su fauna predadora, comadrejas, zorros, serpientes, y numerosas aves rapaces como búhos, lechuzones, caranchos etc.

Las vacas y los caballos traídos por los españoles se reprodujeron intensamente ya que el nicho ecológico de los grandes herbívoros se encontraba vacío, es decir, faltaban especies competidoras eficaces, y finalmente hicieron desaparecer a los ciervos, guanacos y ñandúes.

También el hombre provocó, por diversas razones, una marcada disminución de especies autóctonas. Las serpientes, desagradables por su aspecto, fueron y continúan siendo perseguidas a pesar de ser inofensivas. También fueron diezmados los zorros, las nutrias, los yaguaretés que llegaban hasta estas zonas, los pumas, las lechuzas y lechuzones.

La agricultura, por el contrario determinó un aumento de las poblaciones de roedores.

Cuando empezaron a usar los plaguicidas para matar las langostas se afectó la reproducción de las aves rapaces que estaban en los últimos eslabones de la cadena alimentaria. Los insecticidas organoclorados (DDT, Dieldrin, Lindano…) provocan una alteración en el metabolismo del calcio, lo cual hace que los huevos tengan la cáscara más débil y se rompan.

Entonces ¿qué paso con los roedores? Al no tener tantos depredadores naturales, al ampliarse su nicho ecológico gracias a la expansión de la agricultura, se reprodujeron en gran cantidad, ganando zonas en las que antes no existían. Llegando a cohabitar con los seres humanos que vivían en zonas rurales.

Se ha comprobado que las especies que sirven de reservorio del virus Junín son las del género CALOMYS. Las mayores densidades de Calomys se dan en los cultivos de maíz. Se supone que este hecho obedece a la sincronización entre el ciclo vital de estos roedores y el desarrollo del cereal. En la época que apareció la enfermedad en O’Higgins, el maíz era el único cultivo de la época, y los primeros casos coincidieron con su cosecha y posterior manipulación de sus rastrojos.